martes, 19 de mayo de 2015

Desempolvando el teclado, recalibrando los dedos para que escriban lo que pienso. Dejé de escribir por falta de tiempo. Hoy escribo por la misma razón. Aplastado y restregado, no me quedan fuerzas al final del día. Se me olvidaron los conectores, los aunques, sin embargos,... y la gramática y la ortografía,... todo concesiones.

Hoy se tuerce un día por el trabajo, un error, una mala cara, algo que no sabes resolver, algo que no entiendes bien. Te inunda el día con su presencia en tentáculos, no hay segundo que no te persiga. ¿Yoga? ¿Meditación? ¿Deporte? No te separan de verdad. Lo apaciguan y te distraes un rato, pero siempre vuelve. Y sabes que nada es tan importante, que lo peor que puede pasar no va contra tu vida, ni contra tu salud, y esto sí. Pero aun así no logras zafarte de los malos pensamientos, del celebérrimo stress. ¿Será mañana mejor? Ayer siempre parece mejor, más fácil, más cómodo, había más aire que respirar.

Retortijones de frases de un estómago enfermo de no parar, de no mandarlo todo a la mierda, de no gritar "¡basta!". Puede que esto sea gritar, en una cueva donde nadie va a entrar. Pero siempre queda la vana esperanza de pensar que alguien lo leerá, de que alguien lo ha escuchado ¿Para qué? Lo desconozco, pero hoy no me importa. Llévate tú mis problemas, mis agobios y mis neuras. Recogeré los discos y las fotos de la adolescencia donde se duerme, apacible, el recuerdo de un tiempo mejor, más pleno, con más sentido. De tanto caminar, soy el hombre que perdió su destino.